Debemos abandonar toda esperanza...?

Gabriel Celaya fue un poeta español del siglo XX. No forma parte de la generación del 27, aunque vivió en la Residencia de Estudiantes y fue el contacto con intelectuales como Federico García Lorca lo que despertó su vocación literaria. A partir de los años 50 se convirtió en el exponente más destacado de lo que se llamó entonces poesía comprometida. La poesía es una arma cargada de futuro, proclamaba uno de sus textos. Aunque publicó casi cien libros y recibió en Premio Nacional de las Letras Españolas en 1986, cuando murió en abril de 1991 se encontraba en la miseria. Su mujer, Amparo Gastón, tuvo que hacer pública esta situación para conseguir los recursos con que tratar su enfermedad.

Dos años después el primer local del Ojo Atómico abría sus puertas a sólo una calle de la casa donde murió el poeta. El escándalo por la situación Celaya aún resonaba en el mundo de la cultura y para mí tomaba la forma de una advertencia como la que leyó Dante en la entrada del Infierno: "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate". Abandona toda esperanza, tú que entras al arte español.  Quizás deberíamos haber escrito esta frase sobre el gran portalón verde de aquel local, porque en aquellos tiempos, como en los actuales, dedicarse a la cultura en España suponía atravesar el umbral que conduce a la ciudad del llanto, al dolor eterno, al lugar donde sufre la raza condenada, por seguir con la Divina Comedia.

En realidad la cuestión en la primera etapa del Ojo Atómico no fue cómo establecer una relación con el sistema, y menos aún con las administraciones públicas, sino crear lo que entonces llamé una "zona de sombra". Un espacio autónomo, pero poroso, donde pudiéramos generar las condiciones de libertad creativa que una nueva generación de artistas estaba demandando. No se trataba por tanto de negociar, sino de ocultarse. De evitar las agresiones que podíamos esperar tanto de los estamentos poderosos en el mundo del arte como de los políticos. En vez de intentar tomar el poder, vaciarlo de contenido, negarle nuestra participación. Quitarle el sustento que tradicionalmente ha encontrado en nuestro trabajo e incluso en nuestro antagonismo.

Como posicionamiento en la cuestión de las políticas culturales, que es de lo que va a tratar este blog a lo largo de 2015, no resultó ser la opción más insensata, vistos los resultados que en los años posteriores han tenido las diferentes oleadas de negociación con el Ayuntamiento y Comunidad de Madrid o con el Ministerio de Cultura. Esconderse y operar al margen, sin gastar energía en batallas que no se pueden ganar, permitiría, hablo de manera teórica, desarrollar tejido social y cultural y/o crear para el arte un marco de referencia coherente con la sociedad. Este segundo punto es quizás menos obvio, pero resulta fundamental en un panorama como el español, donde la modernidad — o la postmodernidad — se ha construido eludiendo debates internos y succionando modelos ajenos sin someterlos a procesos críticos. Incluso en el muy cuestionable ámbito de la innovación artística —habría que ver dónde se pueden dar hoy en día las innovaciones cuando hablamos de artes visuales —hay mayores potencialidades en inventar un “afuera” del sistema que en la experimentación con y desde una obra de arte cuya estructura y límites están predeterminados por ese mismo sistema. Y menos aún en espacios establecidos por una institución que por su propia naturaleza, y pese a los disfraces que adopta, es reaccionaria y ofrece siempre una gran resistencia al cambio.

Sin embargo a los pocos años el problema se me planteó en otros términos: mantener un centro de arte autónomo consume recursos. Tiempo de trabajo, dinero para materiales, montajes o transportes, costes ineludibles como la electricidad… Las personas que promueven este tipo de espacios se someten en realidad a una doble imposición fiscal. Deben pagar los impuestos "oficiales", pero además aportan otra cantidad a fondo perdido, no importa cuánto, para que determinados sectores de la población disfruten de un derecho que está recogido en la constitución y en diversos compromisos internacionales suscritos por el estado español: la cultura. Por otra parte, el retorno de actividades improductivas como la experimentación artística, la investigación científica o el activismo político y social es difícil de cuantificar, pero sin duda existe y se distribuye a toda la sociedad. El voluntarismo de los artistas y de los que hace años nos empezamos a llamar “agentes independientes” financia algo que la sociedad necesita: la renovación de los lenguajes visuales que usamos para reconocernos, para redefinir nuestras identidades, para expresar las transformaciones y conflictos que sufre una comunidad, desde la compleja versatilidad de la imagen y con las herramientas intuitivas y emocionales que el arte nos proporciona.

Por tanto, renunciar a la negociación política, a la negociación sobre las políticas culturales, supone aceptar una forma de saqueo, pues los recursos que aportamos — IRPF, IVA, tasas municipales, impuestos especiales sobre la gasolina, las bebidas alcohólicas o la electricidad… — no revierten en la realización de nuestro derecho a la cultura ni en una redistribución de los costos de la innovación cultural, sino que los políticos o bien los aplican de manera arbitraria, o bien roban estos recursos, como hemos podido comprobar en los últimos años. Y debemos pensar que la corrupción no es exclusiva de los políticos, porque sin la cooperación de elementos de la sociedad civil — empresarios culturales, gestores, curadores, artistas… — difícilmente se podría consumar el expolio.

El debate sobre políticas culturales en Madrid ha tenido siempre un perfil muy bajo. Los gobiernos del Partido Popular, en el Ayuntamiento desde 1991 y en la Comunidad desde 1995, no han facilitado desde luego la participación de la sociedad en la toma de decisiones, y creo que de manera especial en lo que se refiere a la cultura, pues tradicionalmente han considerado a los artistas e intelectuales como afectos al enemigo. El hermetismo de las instituciones ha tenido otro efecto, que sin duda también era buscado por el partido en el poder: el tejido creativo de Madrid apenas ha podido desarrollarse, porque la falta de recursos y la frustración han asfixiado a espacios alternativos, centros autónomos, asociaciones, plataformas, festivales, o cualesquiera otras iniciativas generadas desde la base de la sociedad.

El panorama que podemos apreciar hoy en la cultura de Madrid es el de la desolación que dejan más de 20 años perdidos. Por un lado instituciones gigantes que no producen cultura y consumen recursos ingentes — Matadero, CentroCentro — y por otro una sociedad poco articulada que al menos en el campo que yo conozco, las artes visuales, apenas ha acumulado experiencia debido a la poca permanencia de los proyectos que han ido impulsando las sucesivas generaciones. El puente entre una y otra siempre se rompe y hay que reiniciar todos los procesos desde cero.

Los gobiernos del Partido Popular en Madrid han favorecido las iniciativas de tipo empresarial, empresas de gestión como La Fábrica o Urroz Projects, y por otro lado ARCO, la única feria del mundo de titularidad pública, es decir, la única donde los contribuyentes financiamos con nuestros impuestos la cuenta de resultados de las galerías. Y este apoyo a la actividad empresarial, que tiene como fin la realización de beneficios, se ha hecho en detrimento de las iniciativas de carácter estrictamente artístico, que tienen como objetivo la experimentación y el desarrollo de nuevos modelos de trabajo creativo, es decir, la producción de un conocimiento nuevo, la mayoría de las veces sin expectativas de rentabilidad alguna.

La aparición de Podemos ha trastornado la agenda cultural autocomplaciente de los partidos convencionales. Éste es un hecho positivo en sí mismo, porque obliga a los partidos de izquierda — PSOE e IU — a reconsiderar muchas de las posiciones que vienen arrastrando desde hace décadas, hablo siempre de políticas culturales, y es posible que unos buenos resultados en las elecciones, si llegan a presentarse a las locales de mayo de 2015, obligue a estas formaciones a iniciar un proceso de apertura y refundación que nos beneficiaría a todos.

El momento para abrir el debate es ahora. La incertidumbre sobre lo que va a ocurrir dentro de pocos meses deja a los políticos en una situación de debilidad que la sociedad civil debe aprovechar para obtener compromisos. Para ocupar terrenos que tras las elecciones ya no van a seguir siendo tan accesibles. Por una vez estaría bien que las diferentes asociaciones, plataformas y “pandillas” del mundo del arte de Madrid dejen “lo suyo” a un lado y piensen en crear estructuras legales que a la larga nos beneficien a todos: un sistema de apoyo a la creación, adelgazamiento de las instituciones, quizás un consejo de las artes, normas de transparencia, derechos de exposición (tarifas) para los artistas, regulaciones fiscales y de la seguridad social adecuadas a nuestras particularidades, etcétera, etcétera. Las reivindicaciones no han cambiado mucho desde los años 70. ¿Quién nos lo impide?

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